miércoles, 10 de julio de 2013

MANUEL FERNÁNDEZ-CUESTA: SE VA UNO DE LOS NUESTROS

Con la garganta encogida, pero con manos firmes, trato de reunir pensamientos y emociones sobre mi amigo Manuel Fernández-Cuesta, cuya muerte hemos conocido hoy.


Manuel Fernández-Cuesta fue mi editor durante siete años. Primero en Debate, donde iniciamos nuestra colaboración editorial rescatando la figura de Gerda Taro con motivo del setenta aniversario de su muerte. Hicimos Gerda Taro, fotógrafa de guerra. El periodismo como testigo de la historia, un libro cuya primera parte era la biografía de la fotoperiodista alemana y cuya segunda parte era una reflexión ética sobre el papel de los reporteros en las zonas de conflicto, sobre la mirada femenina hacia las víctimas de las guerras... Disfrutamos mucho con aquel libro, y nos reímos cuando otros vinieron detrás presumiendo de haber descubierto a Gerda.

Después, nos atrevimos a contar la verdadera historia de Cuelgamuros. Manuel siempre inventaba retos apasionantes, y aquel lo fue. Hicimos un ensayo -El Valle de los Caídos. Una memoria de España- que fue citado en el Parlamento, sirvió a Álex de la Iglesia como referencia documental para su Balada triste de trompeta... Fue bien acogido por las asociaciones vinculadas a la recuperación de la memoria histórica, y logró el silencio de la ultraderecha. Nadie nunca puso un "pero" al libro, y eso a Manuel le enorgullecía, como amante de la historia y como editor.

Hace dos años, acordamos regresar a la fotografía. Pensamos en una biografía de alguna figura que -como en el caso de Gerda Taro- hubiese sido olvidado o postergado. Y encontramos a Juan Gyenes. Gyenes. El fotógrafo del optimismo fue otro maravilloso proyecto que tuvo un recorrido mucho mayor del que esperábamos en un principio. Manuel disfrutó en la distancia cuando me veía presentando el libro en Budapest, en Málaga, cuando la reina Sofía inauguró la exposición en la Biblioteca Nacional...


En las presentaciones de los libros, siempre fue generoso. "Este libro sólo existe si ustedes lo compran o lo recomiendan", solía decir. Y me daba la palabra. Manuel me hizo crecer como ensayista, el género en el que él me encuadraba. Nunca hablamos de ventas ("bueno, bueno, no está mal, no está mal", solía decir). Daba confianza, animaba, era mi guía, mi faro.

Coincido con Pascual Serrano, que ha escrito sobre nuestro común amigo, de urgencia como yo, en eldiario.es. Yo tampoco le vi triste, por difícil que fueran tanto la situación del país como la del sector editorial. Aprendí mucho con él. Me gustaba su forma de elegir los temas, de leer los gustos de los lectores, de arriesgar en las apuestas editoriales. Me encantaba su socarronería de veterano izquierdoso curtido en unas cuantas batallas de la vida.

Le vi por última vez en la fiesta del Premio Llanes de viajes. Nos reímos, siempre tan cómplice. Teníamos mucho que contarnos, proyectos apalabrados, voluntad de seguir juntos lo que el cuerpo aguantase. Yo sabía desde hacía meses de su situación laboral, pero no hablaba demasiado del tema. No hacía falta.

Manuel había empezado a colaborar con eldiario.es, y ahí tuvimos la suerte de conocer todo lo que sabía, todo lo que pensaba, todo lo que era capaz de contar, analizar, ver, hacernos descubrir... Antológicos textos, probablemente liberado del corsé de su puesto de trabajo, cuya pérdida barruntaba.


Su último DM (mensaje privado) desde su perfil (foto) de Twitter me entristeció -aunque también pensé en el lado positivo, era el comienzo de una nueva etapa en la que tenía mucho por hacer-. Hoy me rompe el corazón:

Te llamo mañana o pasado. Mi etapa ha terminado. Estoy fuera de Península. Despedido. Abrazo.

No nos ha dado tiempo. Y esa es la pena que me queda ahora.

Manuel era más necesario que nunca. Su preparación y su compromiso con las ideas que compartíamos le hacían más necesario que nunca para sanar intelectualmente a esta sociedad enferma y cobarde que tan poco te gustaba.

Como dice Pascual, también a mí a partir de ahora me va a costar saber sobre qué tengo que escribir y qué tengo que leer.

Me queda su amistad incondicional y su enorme corazón. Manuel, gracias por todo. Me dejas muy solito, amigo.

(Disponible para publicación en medios)

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